Desde 1921, la insulina ha necesitado cadena de frio para su transporte y almacenamiento, ya que la temperatura es uno de los factores medioambientales que alteran su estabilidad. Son 102 años en los que han evolucionado las tecnologías para su producción y administración, y con base a esa evolución, Cochrane hizo una revisión de la literatura actual sobre los cambios en el almacenamiento de las insulinas en climas difíciles, con temperaturas ambientales elevadas.

Aproximadamente 573 millones de personas en 2021 tenían diabetes mellitus (DM) y se estima que para 2045 serán 783 millones, con un crecimiento de 50% en Centro y Suramérica, lo que a su vez traerá un incremento de la demanda de insulina1. Estudios sobre la estabilidad de la insulina, hechos entre 1968 y 2009 por diferentes casas farmacéuticas e investigadores independientes, demuestran que su estabilidad se ve afectada por factores como pureza, pH, humedad, excipientes, temperatura, exposición al sol, por lo que siempre se ha recomendado mantenerla a la sombra y en refrigeración1. Sin embargo, dado el cambio climático (que produce temperaturas ambientales extremas de calor o frio),2,3 y en vista de las modificaciones que ha sufrido la insulina a lo largo de más de un siglo en su formulación y en su forma farmacéutica (por ejemplo, las bombas de insulina que se encuentran en piel no se conservan en refrigeración, si no a temperatura corporal), ha surgido la pregunta de hasta qué punto hoy puede salir de la nevera1. Una publicación Cochrane de 2023, de Ritcher et al., hace una revisión actualizada de la literatura sobre la estabilidad térmica y el almacenamiento de la insulina por encima y debajo de las recomendaciones de los fabricantes, y sobre su dispensación en los pacientes con diabetes.1 El estudio tuvo en cuenta condiciones extremas de vivienda y la necesidad de terapia insulinizante, y determinó que, según las casas farmacéuticas, las insulinas de acción corta e intermedia y los cartuchos sin abrir se pueden almacenar hasta los 25 °C por un máximo de 6 meses, y a 37 °C por un máximo de 2 meses sin pérdida de su potencia clínica. Las insulinas combinadas de acción corta e intermedia, y los cartuchos sin abrir, se pueden almacenar en un rango de 25 a 37 °C por 3 meses sin que pierdan su actividad.1Dados estos hallazgos ¿qué paso hace falta dar para llegar a un futuro en el que la insulina no requiera más nevera? Aunque existan estudios de estabilidad como los descritos en la revisión de Cochrane, necesitamos otros que observen el grado de afectación o de no eficacia clínica de la insulina bajo formas de almacenamiento con temperaturas elevadas1. Comentario editorial Este estudio abre la puerta para que no solo la insulina, sino también otros medicamentos biológicos que han cambiado su tecnología con el pasar de los años, beneficien a aquellas personas que no tienen acceso a una cadena de frío o viven en entornos con obstáculos para su almacenamiento.<figure class="poll" data-id="900">{ Poll ID: 900}</figure>

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El futuro ha llegado: insulina fuera de la nevera

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