A pesar de que la pandemia de COVID-19 no ha terminado, con el advenimiento de las vacunas contra el virus y su progresiva distribución mundial la tormenta parece estarse calmando. Al menos para algunas partes de la sociedad, se respiran de nuevo aires de normalidad. Los médicos, por otro lado, retomamos donde se dejó el sistema de salud, con citas y procedimientos acumulados, una necesidad de atención comunitaria que no cesa de llegar, y protocolos de bioseguridad y telemedicina a los cuales adaptarnos cada día.  Durante las primeras olas de pandemia, trabajar bajo un propósito compartido y con el sentido de urgencia vital llevó a los médicos a “esconder” bajo una inyección de adrenalina constante el agotamiento, la fatiga moral, el burnout, y las consecuencias para la salud mental bajo el equipo de protección personal en el área COVID. Ahora, cuando se apagaron los aplausos de las 8 de la noche y dejaron de llegar las cenas gratis, ¿qué pasa con las expectativas hacia los -nombrados- héroes? ¿cómo dejar de ser superhumanos bajo el escrutinio público para volver a hacer lo que simplemente, siempre hemos hecho? Cuando al agradecimiento le faltó reciprocidad social Tan pronto como se empezó a ver el desbordamiento sanitario global por la pandemia de COVID-19, una narrativa de héroes “marchando a la primera línea de batalla contra el virus” se adjudicó a los médicos. Aunque algunos profesionales de la salud apreciaron dichas demostraciones de honra y las tomaron como fuerzas para seguir adelante en la lucha, otros lo consideraron innecesario por limitarse a hacer su trabajo, y otros simplemente lo vieron como un medio de gobiernos e instituciones para excusar su culpa por la falta de adecuación del sistema de salud, por salarios que no justifican poner en riesgo la vida, y por el chantaje emocional de personas que no se cuidan del contagio y deben -por agradecer y aplaudir- de cualquier forma ser atendidos en clínicas y hospitales sin reproches.  Aunque los médicos tomamos un juramento por vocación y sabemos que trabajaríamos bajo cualquier condición, si fue esperado cierto grado de reciprocidad que acompañara las muestras de agradecimiento. Desde el punto de vista bioético, un contrato social empezó a correr en el que el deber de tratar del médico fuese recompensado con el cumplimiento de ciertas obligaciones de la sociedad, como medidas de aislamiento para no saturar clínicas y hospitales y protección financiera y prioritaria para quienes se arriesgan a sí mismos y a sus familias, por cuidarles.  Este acuerdo implícito no fue necesariamente cumplido por el público y los entes generales. Condiciones esperadas y esperables como organización, adecuada provisión de equipos de protección personal, turnos de trabajo razonables, reconocimiento profesional, compensación monetaria, apoyo psicológico, entrenamiento, testeo preventivo, y -más controversialmente- protección legal contra posibles situaciones adversas por saturación sanitaria (1), no fueron cumplidos en gran parte de Latinoamérica. Podría pensarse que, por tanto, que la bata blanca se convirtiese en capa de superhéroe, no ayudó tanto como se pensó a los trabajadores de salud en general.  ¿Quién cuida al que cuida? El cardiólogo Hadi Halazun escribió a inicios de la pandemia: “Hace solo unas semanas, no existía un médico COVID. Ahora somos miles. Algunos de nosotros no nos sentimos preparados. Algunos de nosotros tenemos miedo. Pero todos nosotros estaremos a la altura de las circunstancias. Vamos a conquistar nuestro miedo. Adquiriremos un nuevo conjunto de habilidades. Aprenderemos cosas que nunca pensamos que haríamos. Las aprenderemos rápido. A veces, nos sentiremos perdidos y pediremos ayuda. En el frente, todos se pierden, pero nadie se queda atrás”. (2)  Los seres humanos han sobrevivido como especie por un componente biológico que a menudo no es lo suficientemente discutido como diferencial: la capacidad de experimentar empatía. El sustrato neurobiológico de las conexiones del sistema límbico, las neuronas espejo, la corteza del cíngulo anterior y la corteza prefrontal orquestadas por una armonía de hormonas y neurotransmisores, nos permite como especie ayudar al otro más allá de nuestras fuerzas o creencias. La diferencia es que, como médicos, escogimos como camino profesional esa posibilidad de cuidar al otro y ayudarlo a mitigar su dolor (2). Esto no es algo nuevo, es simplemente lo que hacemos.  Más allá del altruismo asociado a la profesión médica, los médicos no pidieron ser héroes por una catástrofe mundial. Y muchos no saben cómo priorizarse a sí mismos, a su drama personal como humanos, después de ser ascendidos a una posición casi sobrenatural en la atención a pacientes en situaciones extraordinarias. Esta impotencia ha llevado a que después de la pandemia, algunos quieran jubilarse de forma temprana o cambiar a áreas administrativas en la que no tengan que lidiar con injusticias orgánicas, ni estar en contacto extremo con dolor y muerte.  Algo es seguro: no fue ni necesario, ni suficiente, ser nombrados héroes de la pandemia. Acciones trascendentales como cambios en el sistema de salud y apreciación demostrable en medidas respetuosas por parte de los pacientes simplemente darían una razón más que el cumplimiento del deber. Los médicos, después de la tormenta, cansados y cambiados para siempre, sólo seguiremos cumpliendo nuestra labor y -para muchos- nuestro llamado y propósito de vida.  También le podría interesar: <a href="https://www.docred.com/articulos/7-1-7-estrategia-global-evitar-pandemias" target="_self">7-1-7: estrategia para hacer que el mundo sea más seguro frente a las pandemias</a>

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Médicos después de la pandemia, ¿qué viene luego de ser héroes? 

¿Qué pasa con las expectativas hacia los nombrados "héroes médicos"? ¿Cómo volver a hacer lo que simplemente, siempre hemos hecho? 