La historia pareciera encontrar formas de repetirse a sí misma. La viruela, una enfermedad infecciosa que mataba casi al 30% de quienes la contraían, es un ejemplo de cómo ciclos de complacencia e hipervigilancia en base al miedo mantienen viva una patología. Incluso cuando la vacuna fue descubierta alrededor del año 1730, la popularidad de inmunizarse iba y venía con la fuerza de la enfermedad, lo que a su vez propiciaba el aumento y disminución de las personas infectadas según tiempos de buena o mala salud popular.
La Organización Mundial de la Salud incluyó recientemente el rechazo a vacunas entre las diez principales amenazas a nivel mundial, y es incluso responsable del resurgimiento de varias enfermedades prevenibles por vacunación como sarampión, tos ferina y polio en algunos países. Con la pandemia de COVID-19 aun revelando dinámicas nuevas para el ser humano, se teme que el miedo tanto a las vacunas disponibles, cómo al virus propio, podrían determinar el contagio y mantenimiento del SARS-CoV-2 circulante y sus nuevas variantes.
Una teoría reciente se centra en el “triple contagio” (1) como molde de un ciclo pandémico para el comportamiento viral en base a tres factores: contagio físico propio de la enfermedad, contagio del miedo a contagiarse, y contagio del miedo a la vacuna. Estos factores interactúan de varias maneras:
La respuesta, y el aprendizaje del miedo, no son necesariamente conscientes ni racionales por parte de la población. Aunque el miedo en sí mismo puede ser contagioso –e incluso, un poco beneficioso-, éste tiende a caer o desvanecerse, y puede ser determinante para la salud pública al aumentar o reducir las tasas de infección.
La paranoia: otro COVID-19 prolongado
Las crisis mundiales son tierra fértil para la paranoia como forma de manejar la incertidumbre. Un estudio clínico publicado en Nature muestra que la COVID-19 se relaciona con un aumento en paranoia (2), con un incremento más pronunciado en sociedades rígidas con leyes estrictas respecto al uso de mascarillas y menos evidente en estados con cuarentenas flexibles. El mayor problema al respecto es que las personas más paranoicas también respaldan más teorías conspirativas sobre el uso de mascarillas y la vacunación, disminuyendo su empatía hacia la responsabilidad compartida en el riesgo comunitario.
El estado de la infección, así como la actitud de otras personas hacia las medidas preventivas, influye grandemente en la conducta y percepción de la población. El aspecto psicológico debe influir en las medidas de salud pública. Si el miedo puede contagiarse, también puede moldearse y controlarse.
También le podría interesar: ¿Debería obligarse a los médicos a vacunarse contra COVID-19?
¿Quiere ser el primero en estar actualizado?
Suscríbase ahora a nuestro Newsletter y no se pierda todo el contenido médico que tenemos para usted.
Ingrese su correo electrónico para seguir explorando contenido de su interés: